La historia es así. Vivimos en un momento de exceso de información, pero de baja calidad. Nunca en la historia de la humanidad, las personas han tenido acceso a tantos estímulos informativos y a tantas opciones de informativas disponibles.
Sin embargo, y más allá de esa realidad, cada vez en mayor medida un número en crecimiento de personas acceden a supuestas noticias que no están chequeadas, y que su construcción responde solo a intereses de factores de poder que las ponen a rodar.
Todos con un par de clicks en Internet, desde el celular o la computadora, tenemos la alternativa de llegar a mejor información: a aquella que tiene un proceso de chequeo y confirmación, y que está desarrollada por periodistas profesionales.
Lamentablemente no todos se acercan a esas opciones, y en cambio se quedan con las de baja calidad, que presentan versiones falsas e interesadas y que promueven la desinformación en la sociedad.
Las falsas noticias existieron siempre. Han sido herramientas de uso común en las guerras o instrumentos de parte de regímenes totalitarios o de dictaduras. Un ejemplo es el titular “Estamos ganando”, en la tapa de la revista Gente durante la guerra de Malvinas en 1982, seguramente acordada con las autoridades de comunicación de aquella sangrienta dictadura militar.
Pero ahora la desinformación se plantea de manera diferente. No hace falta que exista un Estado, una fuerza o un gran medio de comunicación dispuesto a mentirle a la sociedad.
Comienzan con mensajes que logran tocar las fibras más sensibles de la sociedad, y circulan a partir de estrategias efectivas en redes sociales.
Muchos poderes y poderosos han descubierto que hacer rodar mentiras que los favorecen es mucho más simple que hablar con la verdad y prestarse al debate democrático. Es por eso que de manera progresiva las campañas de fake news se hacen cada vez más efectivas y masivas en cualquier escenario.
¿Y por qué en la actualidad la gente es más vulnerable ante la desinformación? Por las maneras de consumir noticias en estos días.
Más allá del mayor o menor consumo de medios de comunicación que cada persona pueda realizar, un gran porcentaje de la población también interactúa en redes sociales. Y en esa dinámica, accede a decenas de novedades que surgen de innumerables fuentes conocidas o desconocidas.
Las redes sociales, que son plataformas publicitarias en primer lugar, buscan que los usuarios pasen la mayor cantidad de tiempo en esa red. Entonces buscan que el usuario se sienta a gusto y que reciba más cantidad de mensajes que se adapten a sus formas de pensar.
En ese punto es en donde reside el gran problema. Gracias a los algoritmos, esas fórmulas matemáticas que determinan que ve cada usuario en la red, las personas van a acceder en mayor medida a noticias (falsas y verdaderas) que están en consonancia con sus concepciones, creencias y prejuicios. El perfil de cada usuario es definido por los robots de las redes a partir de los datos que todos volcamos con los “me gusta”, los compartidos, las publicaciones y el tiempo de visualización en cada noticia.
En el contexto de esa mecánica, los usuarios quedan expuestos a lo que se llama la “cámara de eco”: solo ven noticias que potencian sus ideas, se alejan de la mirada crítica de las mismas y reducen así su capacidad de diálogo y debate democrático.
¿Cómo lograr desandar este camino de difusión monocorde tan perjudicial para la convivencia? ¿Cómo dejar expuestos a los poderes que se benefician de este fenómeno?
En búsqueda de respuestas a esas dos preguntas, el periodismo de investigación y el periodismo de datos ofrecen modelos posibles de trabajo, para lograr poner luz en un escenario que promueve la oscuridad y la confusión.
El periodismo de investigación desde su definición plantea dos aspectos claves en ese objetivo: el periodista solo desde su propio recorrido debe encontrar y confirmar toda la información; y a su vez dejar expuestos a los poderes en sus intereses y mezquindades.
En tanto que el periodismo de datos es un capítulo ineludible de cualquier investigación periodística.
Así como las actuales mecánicas de circulación de las noticias promueven la desinformación, el periodismo de investigación sumado al de datos han puesto a la tecnología al servicio de lo búsqueda de la verdad.
Y de la misma manera como el periodismo de precisión, antes de la generalización de la tecnología, logró determinar aspectos desconocidos a través de un mayor acercamiento al acontecimiento, hoy el periodismo de datos permite extraer historias de la data masiva y ofrecer detalles precisos sobre los hechos.
La sociedad y todo el periodismo pueden tomar como ejemplo las mecánicas de trabajo del periodismo de investigación y de datos para detener los recorridos de la desinformación y ofrecer una descripción completa, veraz y detallada de los hechos.
En ese camino será posible reconocer a las fuentes confiables, individualizar los poderes interesados en la desinformación y hacer un uso inteligente de la tecnología para acceder a la verdad, aunque no coincida con nuestra propia versión de la realidad.