Violencia en el fútbol: la otra cara de la moneda

Los últimos meses representaron un verdadero zamarreo discursivo en torno a una discusión sobre un tema que parece no tener fin. El fútbol, materia que compete a un gran porcentaje de los argentinos, se vio envuelto en un ida y vuelta mediático sobre su valorización, en épocas en donde la mercadotécnica explotó buscando una venta de derechos televisivos hacia las manos privadas, en pos de romper el acuerdo con el Estado y comenzar con la tan divagada «Superliga».

Es merecer, entonces, preguntarse cuánto vale realmente este deporte en nuestro país. A las grandes figuras que representan nuestro suelo por todo el mundo, la pasión en las tribunas -probablemente única- y la representatividad que presupone este deporte a nivel cuantitativo por cantidad de títulos obtenidos en competencias internacionales, se contraponen a una cara completamente opuesta, con negocios clandestinos donde los de arriba hacen la vista gorda, violencia desmedida en todos los estadios y decisiones que rozan el ridículo a nivel organizativo.

Entrado el nuevo milenio, la ferocidad es un condimento que no desapareció cuando los fines de semana los equipos se alistaban para despuntar el vicio ligado al balón. Desde el 2000 en adelante 117 hechos de brutalidad tiñeron las tribunas y las calles con sangres de inocentes y culpables, encontrando la mayor porción de estas situaciones en el año 2014.

Pareciera un hecho curioso que el mayor registro de desmadres tenga su núcleo en la temporada 2013/2014, momento en el que comenzó a regir la prohibición de los visitantes en los estadios. Claro está, la solución que arroja tablones vacíos no cumplió con las expectativas esperadas, ya que las disputas de índole inter-barras representan el 53 por ciento de causas de muertes ligadas al planeta de la redonda.

Sobre la misma línea, el hecho se vuelve aún más estremecedor a la hora de clarificar los verdaderos motivos que llevan a las personas a perder su vida por seguir una ilusión. Los enfrentamientos armados se llevan el primer puesto -para nada grato- a la hora de deliberar los motivos que inducen a la muerte. El 85 por ciento de los casos fatales corresponden a disputas con armas de fuego o apuñaladas tal como aparece representado en este gráfico:

Propicio es, entonces, destacar las entidades involucradas en estos hechos. Boca y River -entes con mayor cantidad de hinchas de La Quiaca a Tierra del Fuego- responden al llamado de las organizaciones deportivas que poseen un mayor cúmulo de pérdida de seguidores, perseguidos de cerca por Lanús. Llamará la atención el completo despego de las cúpulas directivas que, al ser consultados por la aparición de grupos organizados en sus instalaciones, responden con total libertad como Daniel Angelici, mandamás del «Xeneize», quien enfatizó que en el elenco de la Ribera, «no hay barras bravas».


En esta dualidad de victimas y victimarios, las líneas suscriben una única cara de esta moneda con fuego cruzado. Coincidiendo con la principal causa que atañe a la violencia, los «ultras argentos» acaparan la parcela mayoritaria de víctimas fatales, seguidos por hinchas y policías en segundo y tercer orden.

La justicia, sin embargo, representa una instancia de prolongada lentitud a la hora de resolver casos, cualesquiera sea su índole o procedencia. Salvo en un pequeño puñado de casos, la amplia mayoría de los mismos quedó sin condenado alguno, soslayando a una impunidad que convive con desmanes desmedidos y un pedido de memoria que parece nunca escucharse.

«A.F.A Plus», «Tribuna Segura» y la pérdida de ambas parcialidades son algunas de las aristas provisionales que no tuvieron efecto alguno y quedaron como programas en el olvido, en un marco colmado de ferocidad y que continúa con disputas entre los propios, muertes en las canchas y con un frenetismo social que lleva a pensar que el otro es el enemigo, solo por poseer una camiseta con distintos colores.

Dos caras de una moneda. Una, con todo lo bueno que posee este deporte en nuestro país y sus 4.200.000.000 millones incrustados en arcas que, esperemos, sirvan para combatir la delincuencia.  La otra, bañada por un reguero de decesos que no poseen accionar alguno desde ningún tipo de organismos. En el canto nos preguntamos, ¿cuánto vale nuestro fútbol?

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