El Hombre Araña y la infodemia

Una de las consecuencias de la pandemia por COVID-19 fue lo que la Organización Mundial de la Salud llama “infodemia”, para referirse a los riesgos de la difusión de un gran flujo de desinformación durante una crisis sanitaria, entre los que se incluyen acelerar el mismo proceso epidémico.

La circulación de falsedades puede acelerar la pandemia.

La infodemia supone la circulación de enorme cantidad de falsedades, inexactitudes, teorías conspirativas y campañas de desinformación; todo lo que últimamente se engloba dentro del concepto de “fake news”, aunque lo más apropiado es hablar de desinformación. Si bien no se trata de un fenómeno nuevo, cobró mayor alcance e impacto gracias a las redes sociales y aplicaciones de mensajería como WhatsApp.

Los fenómenos de desinformación pueden influir en la percepción de la realidad y, por consiguiente, en el comportamiento de las personas. En el contexto de una pandemia, la desinformación aumenta el temor a la enfermedad y el riesgo para la salud de quienes creen verdadera información que no lo es, especialmente cuando se trata de tratamientos sin evidencia científica o medidas de prevención que no son tales.

Un monstruo de muchas cabezas

La desinformación puede ir desde errores al presentar una noticia en un medio periodístico hasta la creación de contenido con la intención de causar daño.

Claire Wardle, directora de First Draft, una organización dedicada al chequeo de la información, elaboró una tipología de la desinformación, según las características del contenido:

Sátira o parodia: contenido que no fue creado con el fin de engañar, pero, que, según Wardle, la lógica descontextualizada de las redes sociales puede confundir a personas desprevenidas.
Falsa conexión: noticias con títulos e imágenes impactantes que no se condicen con el contenido de la noticia.
Contenido engañoso: usar una parte de una frase para que tenga un significado distinto al original o recortar una foto para mostrar una situación de una manera particular.
Falso contexto: presentar o compartir algo como nuevo cuando en realidad es una noticia vieja que puede ser tomada como actual.
Contenido impostor: el uso de marcas, logos o apariencia de medios reconocidos con contenido falso. Se presenta la información como proveniente de una fuente conocida y confiable.
Contenido manipulado: se da cuando se modifica o adultera contenido genuino.
Contenido fabricado: información fabricada por completo. Incluye a los deepfakes (audio o video creado con inteligencia artificial para hacerle decir o hacer algo a alguien que no hizo o dijo).

Una nueva alfabetización mediática

La alfabetización mediática es la capacidad de comprender los mensajes que se envían desde diferentes tipos de medios, pero ya no se trata solo de los mensajes de los medios de comunicación tradicionales, sino de las “masas de medios” de los que habla Ignacio Ramonet para referirse a los medios gestionados por las mismas audiencias desde redes sociales y mensajería instantánea.

Las audiencias crean y distribuyen sus propios contenidos con herramientas profesionales de publicación y edición. Producen textos, memes, fotos y videos y son fundamentales en la distribución (o no) de los mensajes de los medios.

Romper con el sesgo de confirmación (la tendencia a creer en mensajes que reafirman nuestras ideas y rechazar los que las contradicen) y desprogramar “la burbuja” en la que nos encerramos con la configuración de preferencias en las redes (que nos aísla ideológicamente) son ejercicios críticos indispensables.

Esta nueva alfabetización mediática para reducir los efectos de la desinformación ya no debe dirigirse solo a niños y niñas, sino a toda la población y no debe dejar afuera del debate a los algoritmos y su impacto en la construcción de la realidad social.

Las iniciativas de verificación del discurso y el periodismo de datos son muy importantes, pero nuestra participación es clave: el verdadero peligro de la desinformación no es el contenido falaz, sino su distribución con las herramientas de difusión potencialmente masiva que tenemos en nuestro poder.

Como sabemos, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

 

Esta columna fue publicada en la edición N° 89 de Con Información, el periódico institucional de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV).

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