El impacto económico que la pandemia de COVID-19 produjo en los hogares porteños, con la suba de la desocupación y la presión inflacionaria, acentuó todavía más una brecha que hace tiempo busca visibilizarse: las mujeres, que son quienes están en su mayoría a cargo de las niñas, niños y adolescentes, son las jefas de los hogares con menores ingresos.
Según los últimos datos de la Dirección General de Estadística y Censo de la Ciudad de Buenos Aires, ya para el 2019 el 65% de los hogares del quintil 1, que son los de menores ingresos, contaba con una jefa de hogar mujer. Los quintiles agrupan a los hogares en cinco grandes sectores de acuerdo a sus ingresos: el 1 representa al sector más con menores recursos y el quinto al que tiene mayor nivel económico.
En un informe reciente realizado por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género (DNEIG), que depende del Ministerio de Economía de la Nación, junto a Unicef se afirma que en la Argentina antes de la pandemia, 5 de cada 10 mujeres participaban en el mercado de trabajo. Sin embargo, hacia el segundo trimestre de 2020, cuando los contagios iban en aumento y las medidas de aislamiento (ASPO) eran más estrictas, esta cifra bajó a 4 de cada 10.
“En el momento de mayor cierre de la economía argentina, la tasa de participación económica de las mujeres caía 8,2 puntos porcentuales (pp), dejándolas en un nivel comparable al de dos décadas atrás. Más de 1 millón y medio de mujeres salieron de la actividad. La situación más crítica se observa en las mujeres jefas de hogar sin cónyuge y con niños, niñas y adolescentes a cargo. Para ellas, la caída en la actividad fue de 14 pp. Es decir, quienes enfrentan las mayores cargas de cuidados son las que se vieron más afectadas por la crisis”, indica el estudio.
«Quienes enfrentan las mayores cargas de cuidados son las que se vieron más afectadas por la crisis».
Jefas de hogar con menos recursos
Como lo muestran los datos de la Ciudad, la desigualdad de ingresos entre los hogares con jefatura femenina y aquellos con jefatura masculina ya era marcada antes de la pandemia. Esta brecha de género se relaciona con cuestiones estructurales y se profundiza por otros factores, como la presencia de niños, niñas y adolescentes, el nivel educativo de la persona jefa de hogar y su inserción laboral.
En la Argentina, hacia fines de 2019 aproximadamente el 56,2% de los hogares de las áreas urbanas tenía jefatura masculina y el 43,8% jefatura femenina. En la Ciudad de Buenos Aires, los números son similares: 48,2% mujeres y 51,8 varones (ver gráfico 1).
Según la Dirección General de Estadística y Censo de la Ciudad de Buenos Aires, en 2019 en siete de las quince comunas de la Ciudad la mayoría de los hogares estaban a cargo de mujeres. Si bien en 2020 esa cantidad se redujo (por cuestiones relacionadas con la recolección de datos no se mantuvo el registro por comunas, sino que se agrupó por áreas -norte, centro y sur- de la Ciudad, por lo que no es posible establecer la cantidad de comunas con jefas mujeres o jefes varones), las mujeres se vieron más perjudicadas debido a su situación en el mercado de trabajo, a la sobrecarga que implicó para ellas el tener que hacerse cargo de las tareas de cuidado acentuadas por el cierre de las escuelas por la pandemia y porque el punto de partida en cuanto a sus ingresos ya era inferior.
Las mujeres se vieron más perjudicadas debido a su situación en el mercado de trabajo, a la sobrecarga que implicó para ellas el tener que hacerse cargo de las tareas de cuidado acentuadas por el cierre de las escuelas por la pandemia y porque el punto de partida en cuanto a sus ingresos ya era inferior.
Sara: «Por el coronavirus tuve que dejar todo»
Sara Espíndola es una de las tantas jefas de hogar vecinas del barrio de La Boca, ubicado en el sur de la Ciudad y parte de la Comuna 4, de las que posee mayor presencia de jefas de hogar mujeres (ver mapa 1). Su historia de vida es una muestra contundente de cómo la desigualdad se hace más presente en los hogares comandados por mujeres.
Sara tiene 46 años y una discapacidad motriz de nacimiento, razón por la cual cobra una pensión no contributiva. También es beneficiaria del programa Ciudadanía Porteña, que consta de un subsidio que se hace efectivo a través de una tarjeta magnética precargada, emitida por el Banco Ciudad y Cabal, con la que solo pueden adquirirse alimentos, productos de limpieza e higiene personal, útiles escolares y combustible para cocinar. Este programa de la Ciudad está dirigido a hogares pobres o indigentes con hijos o hijas menores de edad o un/a adulto/a mayor a cargo. Se calcula en base a la canasta básica alimentaria del INDEC y, en promedio, se otorgan tan solo 4.507 pesos. Este subsidio estatal sumado a la pensión son los únicos ingresos de Sara en la actualidad.
“Mi hija está cursando el quinto año del Bachillerato con orientación en Economía y Administración en una escuela del barrio, la misma en la que yo fui alumna”, cuenta Sara. “Yo estaba estudiando en la Facultad de Ciencias Económicas, pero el año pasado con mi hija nos contagiamos de coronavirus y tuve que dejar todo”.
Aunque ninguna de las dos tuvo consecuencias graves por la enfermedad, su hija perdió el trabajo que tenía como personal de limpieza en una empresa. Este sector, al igual que el servicio doméstico, se vio especialmente afectado por la emergencia sanitaria y es uno de los que ocupa principalmente a mujeres. Más del 35% de quienes tenían estos empleos quedó sin ocupación en comparación con igual período del año anterior.
Una cuestión estructural
¿Por qué pasa esto con las mujeres en general y con las de los sectores con menos recursos en particular? Macarena Turrubiano, licenciada en Economía por la Universidad Nacional de Moreno y parte de la organización Paridad en la macro, explica cuáles son esas razones estructurales por las cuales las mujeres son las más pobres entre las personas pobres. “En primer lugar, las mujeres son quienes mayoritariamente asumen en los hogares las tareas de cuidado, que implican hacerse cargo de garantizar la reproducción de las personas: alimento, limpieza, cuidado de las infancias, de personas enfermas y de mayores de edad. Esto hace que no puedan insertarse en el mercado de trabajo en igualdad de condiciones que los varones, porque disponen de menos tiempo libre, por lo que solo consiguen empleos de mayor precariedad y menos ingresos”, asegura.
A esto se suma el hecho de que el mismo mercado laboral tiende a estar segmentado por género: hay trabajos feminizados, como por ejemplo el empleo doméstico, la limpieza, la docencia (sobre todo en nivel inicial y primario) o la enfermería, y otros masculinizados, como el empleo en la industria o en la construcción. “Dentro de esta segmentación horizontal, las mujeres en los sectores más bajos acceden a empleos menos estables e informales y, en situaciones de crisis, como sucedió en todo el mundo con la pandemia, son las primeras en quedarse sin ingresos”, afirma la especialista.
Si miramos la distribución de la presencia femenina en las jefaturas de hogar teniendo en cuenta los ingresos de los hogares en la Ciudad de Buenos Aires, vemos claramente que, a pesar de que en los sectores medios se tiene a la paridad, en el quintil 1, que es el de menores ingresos, la presencia de jefas es mayoritaria, mientras que en el quintil 5, el sector de mayores ingresos, la proporción se invierte (ver gráfico 2).
En el quintil 1, que es el de menores ingresos, la presencia de jefas es mayoritaria, mientras que en el quintil 5, el sector de mayores ingresos, la proporción se invierte.
Feminización de la pobreza
Otro indicador de la precariedad económica que tienen las mujeres de los sectores con menos recursos se relaciona con el gran porcentaje de ingresos no laborales que poseen. En este sentido, Turrubiano indica que “hay que observar la participación de los ingresos laborales, es decir, los que provienen de algún trabajo u ocupación principal o secundaria de la persona, y los ingresos no laborales, que son todos los ingresos que no provengan de una fuente de empleo, como pueden ser jubilaciones, pensiones, ayuda de ONG o iglesias, transferencias de ingresos del Estado, cuotas de alimentos, cobro de alquileres, ganancias por inversiones o negocios, cobro de aguinaldo o indemnizaciones, seguro de desempleo, entre otros. En el caso de las mujeres de los quintiles más bajos, el porcentaje de estos últimos es mucho más elevada”. Tal como sucede con Sara. «Las mujeres son las más pobres entre las personas pobres. Para la economía feminista, esto define el concepto de feminización de la pobreza», afirma.
A nivel nacional, la transferencia de recursos que hace el Estado a través de la Asignación Universal por Hijx (AUH), la Asignación Universal por Embarazo (AUE) y la Tarjeta Alimentar se concentra en los estratos más bajos (en condición de pobreza y vulnerabilidad), donde hay mayoría de población desempleada o con empleos informales. Además, la ayuda se entrega directamente a las mujeres, lo que sirve para amortiguar el deterioro en sus ingresos y garantiza la llegada a las personas que mayoritariamente conviven con las niñas, niños y adolescentes.
Si miramos específicamente la situación en pandemia, el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), que se cobró hasta septiembre de 2020, para esos hogares más pobres (el 75% en los primeros dos quintiles) representó el 38,7% de sus ingresos.
El impacto de la crisis del COVID-19
El 2020 nos muestra cómo impactó en la población la crisis económica producto de las medidas tomadas por los gobiernos para hacer frente al coronavirus. Como se ve en los gráficos (ver gráficos 3, 4 y 5), en el primer trimestre la situación es la previa a la pandemia. Las tres tasas básicas del mercado de trabajo (actividad, empleo y desocupación) tuvieron para las mujeres en ese trimestre una leve disminución interanual que se acentuó un poco más en el caso de los varones.
Las tres tasas básicas del mercado de trabajo (actividad, empleo y desocupación) muestran que a lo largo del año en todos los casos las mujeres fueron las más perjudicadas.
En cambio, el segundo trimestre fue en el que más se reflejó el efecto negativo de la pandemia, ya que se trata del período de mayores restricciones de aislamiento y circulación, donde aún no se reflejan las distintas medidas adoptadas por el gobierno nacional con el fin de movilizar la economía y asegurar ingresos para la población.
Esta ayuda comenzó a cristalizarse a fines de abril de 2020 con la aplicación de las siguientes políticas públicas:
- Ingreso Familiar de Emergencia
- Bonos para sectores vulnerables y trabajadores/as esenciales
- Créditos a tasa cero para monotributistas y autónomos/as
- Extensión del seguro de desempleo
- Suspensión del corte de los servicios básicos para los hogares de menores ingresos
- Congelamiento de tarifas de teléfono, internet y televisión por cable
- Suspensión de desalojos y congelamiento de alquileres y créditos hipotecarios
- Prohibición de despidos y suspensiones unilaterales por 60 días, entre otras.
A pesar de que en el tercer y cuarto trimestre la situación comienza a mejorar tanto para los hombres como para las mujeres, como ellas partían de valores más bajos, la crisis se acentúa.
Durante el cuarto trimestre de 2020, los asalariados varones tuvieron un ingreso en su ocupación principal de 58.989 pesos y la mitad de ellos ganó hasta 46.000 pesos al mes. En el caso de las mujeres asalariadas, contaron con un ingreso por trabajo que en promedio fue de 49.772 pesos y la mitad de ellas recibieron 44.000 pesos o menos.
En particular, la tasa de actividad mostró una fluctuación desde el 51,3% en el primer trimestre hasta un 44,5% en el segundo para las trabajadoras. En el mismo sentido, para los trabajadores pasó de 59,4% en los primeros tres meses del año a un 49,6% en el trimestre siguiente.
Por su parte, el empleo sufrió la mayor caída para ambos géneros en el segundo trimestre. Para las mujeres llegó al 37,9% y recién se recuperó en el cuarto, cuando ascendió a 44,4%. Para los varones fue del 42,4% en el primer trimestre y en el cuarto, en cambio, alcanzó el máximo valor porcentual con 53,1%.
En materia de desocupación se observa otra vez que el segundo trimestre fue el más complicado para ambos géneros: para las asalariadas ascendió al 15% y para los asalariados mostró un 14,4%.
Lo llamativo se produjo en el tercer trimestre, cuando los dos indicadores se igualaron en 13,4% pero con un aumento de 1,8 pp para las mujeres y 4 pp para los varones.
Es de destacar que todos los indicadores de actividad y empleo sufrieron caídas en puntos porcentuales en la comparación interanual. Como contrapartida, aumentaron los de desocupación, lo que también indica un efecto negativo.
La tendencia que se repite para las tres tasas a lo largo del año muestra que en todos los casos las mujeres fueron las más perjudicadas.
¿Y en el resto del país?
Respecto a la composición de los hogares, el estudio de la DNEIG y Unicef indica que para el país, del total de los hogares con niñas, niños y adolescentes y jefas mujeres, el 56% no convive con cónyuge, es decir, son jefas de hogares monomarentales. En el caso de los varones, se trata del 8%.
Entre las mujeres jefas de hogar que no completaron el secundario, el 70% no vive con cónyuge. Esto implica que, al no contar con otra persona adulta en el hogar, tienen menos recursos para conciliar su participación en el mercado de trabajo con las tareas de cuidado. Si se ciñe al total de jefes/as de hogares monoparentales/monomarentales de entre 25 y 59 años se observa que el 83,5% son mujeres (este porcentaje asciende al 88,3% en pandemia). De ellas, el 44% eran asalariadas informales antes de la pandemia.
Macarena Turrubiano aseguró que esta situación de feminización de la pobreza se puede observar en todo el país.
Macarena Turrubiano aseguró que esta situación de feminización de la pobreza se puede observar en todo el país, donde siempre las más perjudicadas son las mujeres jóvenes, que muchas veces deben hacerse cargo del cuidado de sus hermanos/as más pequeños/as mientras que su madre sale a trabajar, “lo que genera altas tasas de inactividad en estos grupos, sobre todo en la región del Norte Grande (NOE Y NEA) (ver gráfico 6).
La carga extra que implica para las mujeres hacerse cargo de las tareas de cuidado es, sin lugar a dudas, lo que las condena a esta situación de mayor precariedad. Tal como afirma Silvia Federici: «Tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina, se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo (las personas) que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas». Y todo sin tener ningún tipo de remuneración a cambio.